Desde niña he pasado gran parte del año en una aldea de la provincia de Segovia llamada Moral de Hornuez. Una de esas miles de aldeas que todos los que no la tienen la anhelan porque nunca han podido que “se van de vacaciones al pueblo”.
Un buen amigo escribió sobre ella hace muchos años algo así como…
Difícil superar una descripción más clara y con más sentimiento que la que hizo mi querido Jorge Jimeno de Pablo sobre el que, para mí, es uno de los mejores rincones del mundo.
Y lo es, no por sus riquezas materiales, sino, precisamente, por todas las riquezas que nunca jamás encontraría en otro lugar:
Todo eso y muchísimas cosas más laten en Moral de Hornuez y en millones de pueblos perdidos, prácticamente abandonados de nuestra geografía, en la que, a día de hoy, apenas viven una decena de personas.
De todo ello a mí me quedan millones de recuerdos pintados en sueños frágiles, la mayoría buenos o casi buenos, de los que no reescribiría ni un solo renglón más que para añadir a este post un índice de progreso, de modernización, de adaptación a la revolución tecnológica, a la transparencia, al buen gobierno…
Por qué…
- ¿Qué es buen gobierno en un Ayuntamiento como Moral de Hornuez?
- ¿Cómo puede darse cumplimiento a los cientos de obligaciones que tienen los gobernantes y funcionarios vinculados a la gestión pública de municipios como el que os describo?
- ¿Qué podemos hacer los gestores públicos para garantizar la pervivencia o, mejor dicho, un entierro a muy largo plazo de nuestros queridos pueblos?
Dicen que “mientras hay vida… hay esperanza”. Pues eso es lo que aplica en mi querido Moral de Hornuez… la prolongación de la vida, agónica, de una aldea sin recursos, pero con alma, que quiere vivir ante y por encima de todo, que quiere seguir en pie a pesar de que cada día amenazan ruina más construcciones sin habitar, que quiere seguir “pintando algo en el mapa” a pesar de que en algunos es difícil encontrarla.
Tal vez alguien, no sé quién, debería plantearse cómo pueden darse cumplimiento a tantas y tantas obligaciones legales –transparencia, buen gobierno, contratación, fiscalización, digitalización, protección de datos, etc.- cuando lo esencial, esto es, la existencia del municipio, no está ni tan siquiera garantizada.
A pesar de todo ello, no cambiaría por nada del mundo “el pueblo” en el que crecí durante parte de mi infancia, en el que maduré en mi juventud y en el que me retiro en cuanto tengo ocasión porque, para mi, es el mejor rincón del mundo y, mientras viva yo, seguirá vivo en mi.
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